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El dilema de las redes sociales: Fake News, Desinformación y Big Data

El nuevo documental de Netflix, denominado “El dilema de las redes sociales”, pone en tela de juicio el rol de las redes sociales en nuestra cotidianidad y en la sociedad. Durante 90 minutos escuchamos a expertos que estuvieron vinculados a empresas como Google, Facebook, Instagram, Pinterest y Twitter. El “dilema” se debe a que el documental se posiciona entre una mirada tecnofóbica y una mirada tecnofílica acerca del uso de la tecnología y el impacto de las redes sociales en nuestra vida.


La serie pone bajo la lupa a los intereses de los creadores de estas aplicaciones, cuyo objetivo principal es ganar más dinero, sin importarles demasiado los efectos que están ocasionando en la sociedad. Estos empresarios solo quieren que pasemos más tiempo consumiendo información, que la compartamos y divulguemos entre nuestros contactos. Mientras todo esto sucede, Zuckerberg, Page y Brin, entre otros, aumentan sus ganancias con anuncios publicitarios.


Este documental sirve para desnaturalizar el uso y el lugar que le otorgamos a las redes sociales dentro de nuestra cotidianidad. ¿Qué tipo de información consumimos? ¿A qué fuentes de información acudimos? ¿Cuánto tiempo le destinamos?.


El documental menciona hechos que sí están ocurriendo, que son reales y muy preocupantes. La polarización política, las fake news y la cámara de eco es algo realmente crítico y está teniendo efectos directos en nuestra sociedad. Esto lo podemos ver en las elecciones del 2016 en Estados Unidos y en la pandemia mundial causada por el COVID-19. Las teorías conspirativas y las noticias falsas tienen un efecto directo en los usuarios, afortunadamente somos nosotros quien podemos ponerle un freno a todo esto.


Las mentiras siempre existieron en los medios de comunicación, incluso antes de las redes sociales. Un gran ejemplo es la tapa de la revista Gente en el año 1982, titulada “Estamos ganando” haciendo alusión a la guerra de Malvinas. Tal como dijo Miguel Wiñazki “la mentira es tan vieja como la humanidad” (Balmaceda, 2018). Lo que sucede es que muchos consumidores de noticias, confían en la fuente de información que leen. Esto se debe a que suelen seleccionar aquellos medios con los que comparten valores, afiliandose así a un grupo social y colectivo (Aruguete, 2019).


Si esto lo trasladamos al mundo de Internet y las redes sociales, no es muy distinto, ya que los usuarios deciden seguir a un grupo de personas con las que comparten los mismos intereses. Por eso y completando la frase de Wiñazki, citada en el artículo de Balmaceda, “la falsedad propalada a través de las redes sociales es un fenómeno nuevo. Y eso es la posverdad: la difusión viral de enunciados que engañan”.


Ahora bien, ¿por qué hablamos de posverdad ahora y no antes de que existieran las redes sociales?; porque lo que ha generado Internet es una cantidad inmensurable de información, haciendo que las noticias se multipliquen y las repercusiones sean aún mayores. “El mundo digital es una usina inagotable de información, generamos aproximadamente 2,5 cuatrillones de bytes diarios, y 500 terabytes de información se suben por día a Facebook” (Galup, 2019). De acuerdo a un estudio realizado por la agencia de medios Zenith, 43 millones de argentinos utilizan a diario Internet para saber qué sucede en el país y en el mundo, ya sea por medio de redes sociales, portales o plataformas de audio y video (Balmaceda, 2018).


Esto da cuenta de los cambios que se han generado en los hábitos de los consumidores, ya que los lectores no van a las noticias sino que las noticias van a los lectores. Por un lado, es tanto el volumen de información que a veces resulta imposible chequear todas las fuentes. Y por otro lado, las redes sociales han originado lo que los expertos denominan “cámara de eco” o “efecto burbuja”. Esto es que, como mencionamos anteriormente, los consumidores seleccionan seguir o leer determinadas fuentes de información, las cuales brindan una imagen de la realidad que coincide con su sistema de creencias y sus ideales. Por lo tanto, lo que produce es que, en lugar de tener una visión más amplia y crítica al respecto, solo tengan una visión distorsionada y sesgada de la realidad.


Sumando esto, agregamos los algoritmos con los que trabajan las redes sociales. Estos son aquellos contenidos que nos aparecen, a partir de los datos que los usuarios generan. El algoritmo sugiere aquellos contenidos que fueron seleccionados en base a los hábitos del usuario en el pasado. De este modo, vemos desaparecer las noticias “de interés general” en manos del “interés particular”, informaciones híper-segmentadas y ultra-específicas (Balmaceda, 2018). Los algoritmos retroalimentan estas cámaras de eco. Como en las cámaras de eco, los usuarios de Twitter prefieren seguir a figuras de peso cuya posición en la dimensión ideológica latente es similar a la suya. De esta forma, funden sus agendas con las de aquellos que pasean por sus mismos barrios. La propensión a acercarnos a información que coincide con nuestra cosmovisión no es nueva. La novedad reside en la personalización, el desagrupamiento y la segregación mediante códigos algorítmicos. En este punto, las decisiones de los internautas de involucrarse con los contenidos nos informan acerca de cómo administran su atención dentro de la tuitósfera (Aruguete, 2019).


Natalia Zuazo, en su libro Dueños de Internet, se cuestiona: “¿qué pasaría si sacamos de nuestra vista todo lo que nos molesta, ahora que la tecnología nos da la opción de personalizar nuestros muros y pantallas y evitar lo que nos disgusta?”. Teniendo en cuenta lo mencionado anteriormente, considero que los ciudadanos crean conscientemente esta segmentación ya que a partir del cuestionamiento de Zuazo, simplemente dejan de seguir o no eligen seguir aquellos usuarios cuyos contenidos no se alinean a sus pensamientos. Lo que sucedería si sacamos de nuestra vista todo lo que nos molesta, es la misma cámara de eco.


Lo que ocurre entonces, es que aquellas personas que deciden informarse a través de las redes sociales, corren el riesgo de tener esa visión fraccionada de la realidad sin poder alimentar una mirada crítica de la misma.


Teniendo en cuenta las afirmaciones de Aruguete respecto a que “los individuos tienden a unirse a comunidades con las que comparten valores y a afiliarse a grupos sociales y colectivos para evitar el dilema de vivir en el aislamiento intelectual. Estos patrones de segregación homofílica se ponen de manifiesto en las redes sociales, donde los moradores virtuales optan por seguir a usuarios cuya ubicación en el espectro ideológico se asemeja a la propia” (2019). Me pregunto ¿por qué los ciudadanos caen en manos de las noticias falsas o en noticias que desinforman?. Tal como sostiene Zuazo, porque la adicción que ejerce Facebook sobre nuestra atención está en el corazón de su interfaz y su código. “Está diseñado para explotar las vulnerabilidades de la psicología humana”, dijo Sean Parker, el primer presidente de la empresa Facebook (2018). De acuerdo a los estudios realizados por Aruguete, Calvo y Zuazo, los ciudadanos consumen y comparten aquella información que quieren escuchar y que quieren creer que es cierta, sin siquiera confirmar las fuentes de información.


Las Fake News, entendidas como informaciones falsas, están diseñadas para hacerse pasar por noticias verdaderas con el objetivo de difundir un engaño o una mentira deliberada con un fin político o financiero. Lo que ocurrió en el contexto de la pandemia mundial causada por el COVID-19 fue una ola de desinformación, por el alto volumen de contenido que circulaba en las redes, contenido fabricado o sacado de contexto con fines políticos y económicos.


A partir de la pandemia y de estos sucesos, surgió el término Infodemia. La “infodemia” es determinada como “un serio problema de desinformación que aumenta la propagación producto de la desinformación a escala masiva. Técnicamente es una epidemia de mala información, o bien mala información que posibilita una epidemia vía datos falsos, erróneos o maliciosos que se propagan por redes sociales” (Riorda, 2020). Esto provoca que la sociedad se altere ante el contenido falso y confuso en torno a un tema tan sensible como es el COVID-19.


En términos generales la mayoría de las personas no chequea las noticias y la información que comparte, solamente leen los titulares que le generan una emoción, ya sea positiva o negativa, con lo cual de manera casi automática lo comparten en su círculo, haciendo que las Fake News y la desinformación se acrecienta. Esto es lo que sucede con la infodemia y nos afecta gravemente como sociedad. A modo de conclusión, podemos decir que el fenómeno que generan las redes, produce que los ciudadanos compartan y distribuyan información antes de analizarla. Por consecuencia, las fake news y la desinformación toman partido viralizándose y cumpliendo su cometido, y la era de posverdad toma sentido en este círculo vicioso.

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